La ciudad es el lugar donde la cohabitación se hace problemática por la suposición de que la adversidad es un factor potencial de desarmonía y conflicto. El ethos secular se impacienta ante la adversidad, pasa por alto la religión, sustituye la motivación moral por modos procedimentales de convivencia y una cultura de los derechos. Sin embargo, la secularidad no es más que una iteración de una patología espiritual estructuralmente ligada a la constitución de la ciudad incluso en la época premoderna y que adopta la forma de la búsqueda de la uniformidad lingüística y de restaurar un auténtico enfoque receptivo y responsable de la realidad, la socialidad y Dios. A fin de cuentas, la exposición ineludible a la diversidad es la característica de la ciudad que mantiene a sus habitantes espiritualmente desequilibrados e inquietos.

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